miércoles, septiembre 27, 2006

GABRIEL

Llevábamos ya buen rato bebiendo vino sin misericordia sentados en una de las bancas de piedra del lúgubre parque. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos. Reíamos y sosteníamos las típicas pláticas de borrachos, hasta que afloró el tema de Gabriel, nuestro amigo muerto. La expresión de los tres cambió y el silencio se apoderó del ambiente por largos segundos hasta que brindé a su salud y propuse la idea de ir a visitarle a lo que Julián y Miguel, a pesar de que era ya muy entrada la noche, accedieron.

Nuestros negros abrigos lograban a penas hacernos capear el riguroso frío que hacía a esas horas de la madrugada. Al pasar frente la catedral una bandada de murciélagos emprendió el vuelo desde el interior de una de sus altas torres, el batir de sus alas nos hizo abandonar los pensamientos que albergábamos. Caminábamos en silencio, nuestras largas sombras se proyectaron en uno de los muros del antiguo cementerio. Abrimos la pesada reja de hierro, cuyo rechinar quebró el silencio de la invernal noche y penetramos en el campo de almas. A poco rato de caminar entre ángeles de vetusto mármol, imágenes sacras y mausoleos, llegamos ante la tumba de nuestro amigo, luego dejamos un par de velas sobre la lápida y la contemplamos guardando fúnebre. silencio

Las primeras gotas de una lluvia anunciada comenzaron a caer tenuemente y decidimos abandonar el camposanto, la espesa niebla cubría como un manto las calles del viejo barrio. Del interior de mi abrigo extraje una botella de vino y bebí torpemente, un hilo carmín me corrió por la barbilla, le cedí la botella a los muchachos y encendí un cigarrillo. Transitábamos sobre la línea férrea, llegando al penumbroso y extensísimo túnel que conducía hacia la estación de trenes abandonada. Julián, Miguel y yo nos miramos sin decir palabra. Dentro del túnel fue donde Gabriel encontró la muerte bajo las ruedas de un tren de carga años atrás, pero envueltos en los vapores del alcohol y sin pensar en las consecuencias nos adentramos en la profunda oscuridad de su interior.

Íbamos casi a mitad de camino, todo era lobreguez absoluta. Durante la totalidad del trayecto al interior del túnel no paramos de escuchar horribles y fantasmales lamentaciones. De pronto capté una muy leve vibración de los rieles. – ¡Maldición, creo que el tren se acerca! – anuncié y el temor nos paralizó por un momento. Caminamos más rápidamente, casi corriendo buscando alcanzar la salida, pero el sonido del pesado andar de la maquina de fierro se oía ahora cada vez mas cerca y con espanto escuchamos su ensordecedor pitido retumbar fuertemente en las paredes del viejo túnel. El pánico se apoderó de Julián y Miguel que corrieron despavoridos en sentido contrario, yo corrí buscando alcanzar la salida, pero me detuve al observar con verdadero horror que el tren estaba demasiado cerca alumbrando con su poderoso foco y segando mis ojos acostumbrados ya a la oscuridad del interior.
- ¡Muchachos busquen los salvavidas!- alcancé a gritar angustiosamente. Los salvavidas eran espacios que se situaban cada tanto a ambos lados del estrecho túnel y en ellos no cabía más que una sola persona. En forma desesperada deslicé mis manos por las húmedas paredes de piedra sin encontrar el maldito espacio, hasta que el tren pasó…

Cuando desperté me hallaba tendido aún dentro del túnel. Un líquido viscoso manchaba las vías, era sangre, pero no la mía. Trabajosamente me puse de pie, y caminé hacia la salida. Emití un suspiro de alivio al ver las siluetas de Julián y Miguel que se encontraban fuera del túnel, sanos y salvos. Me acerqué a ellos, pero guardaban una extraña expresión en el semblante, les acompañaba otra persona. Mis ojos no dieron crédito a lo que observaban. Estaban con Gabriel. - ¡Gabriel estas vivo! exclamé.
-No amigos,- dijo Gabriel – Ustedes están muertos.
FIN


Carlos Baeza G.

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sábado, septiembre 23, 2006

TÉCNICA DEL CUENTO DE TERROR

Por lo general, la técnica más usada por los autores del relato de terror es basarse en horrores verdaderos, cotidianos, para que el lector pueda identificarlos y darle verosimilitud a la narración. De esta manera, el autor puede ir instalando, poco a poco, un horror de tipo más fantástico, sin importar ya que lo sea, ya que el lector, a esas alturas, cree la historia. La maestría del autor se mide, justamente, por la habilidad con la que hace que el paso de un tipo de horror a otro sea lo más imperceptible posible.

Esta es una técnica muy utilizada en los relatos de Stephen King, Ray Bradbury o H. P. Lovecraft. Se comienza relatando, con algún detalle, horrores cotidianos: parejas que se odian en secreto o evidentemente, viejos malvados, vidas arruinadas, casas o existencias demolidas, gentes hundidas en la demencia, el alcoholismo o la sordidez, culpas imposibles de reparar; todo esto forma parte de la realidad, y el lector no puede no reconocerlo. Es entonces que ya está preparado para que se le hable de seres fantásticos: vampiros, zombies, monstruos de todo tipo. El escritor lleva de la mano al lector, muy suavemente, en un paseo desde un horror al otro.

¿Es más monstruoso un vampiro (o un pueblo habitado por vampiros) que un alcohólico que golpea a su hijo en la cuna, o que dos personas que duermen juntas deseándose la muerte, o que un anciano a quien toda una prolongada vida no ha servido más que para juntar maldad?. ¿O no son más que dos caras enfrentadas, dos espejos de realidades en las que la fantasía no es tanto una metáfora como sí un reflejo de la vida misma?

Fuente : http://www.vampiros.cl

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jueves, septiembre 21, 2006

LA MALDICIÓN DE AMELIA

Llovía fuertemente cuando Pablo bajó del autobús luego de recorrer sin éxito las céntricas calles de la ciudad en busca de un esquivo empleo, caminaba apurando el paso hacia su hogar. Se detuvo por un momento bajo la cornisa de un antiguo edificio con el fin de capear el temporal. Encendió luego un cigarro, subió el cuello de su abrigo y continuó el viaje hasta su casa.

Al abrir la puerta lo primero que saltó a su vista fue la presencia de una araña negra y grande posada en la puerta al fondo del zaguán, por lo que se agachó a recoger un periódico con el fin de aplastar al arácnido, pero al incorporarse la araña ya no se encontraba en el lugar por lo que volvió a dejar el periódico. Al entrar en su habitación arrojó con desgana su bolso el que al caer al suelo se abrió dejando al descubierto una serie de cuentas impagas, hojas de vida y otros documentos. Al recoger y reordenar los papeles se encontró con una amarillenta hoja doblada. Era una carta de Amelia su ex esposa, la última que recibió de ella y en la que podían leerse terroríficas maldiciones hacia él, producto del odio y el sentimiento de despecho que Pablo le inspiró luego del violento fin de su relación cuando este la abandonó para mantener una efímera relación con otra mujer. Ahora se encontraba solo y releyendo aquella carta cuando nuevamente observó con el rabillo del ojo una pequeña forma oscura que subía velozmente por la pared. Una araña. Pablo no había tenido un buen día, en realidad hacía mucho tiempo que no tenía un buen día, arrugó la carta y la lanzó con furia en dirección al bicho. Luego de cenar se recostó en su cama y encendió un cigarro, el no conseguir un trabajo le aproblemaba, las deudas se acomulaban y el dinero comenzaba a escasear. En estas cosas pensaba mientras observaba las grises argollas de humo que salían de su boca elevándose hacia lo alto de la habitación. Fue en busca de una cerveza y se tendió sobre el sofá a ver la televisión, se encontraba muy cansado tras su inútil deambular por el centro de la ciudad, ahí lo encontró el sueño.

Todo estaba casi en penumbras dentro de la antigua y tétrica casona y el se encontraba subiendo a través de una larga escalera de caracol cuyo fin se perdía en la oscuridad más absoluta, sin embargo continuó subiendo, pisando con cuidado los carcomidos escalones, las manos fuertemente aferradas al pasamanos. El olor a humedad era penetrante y a lo lejos sentiase el ritmo monótono de una gotera. De pronto le invadió una fuerte sensación de vértigo al llegar ante una puerta cerrada que se encontraba al final de la alta escalera. Tomó la manilla de la puerta, unas telarañas se adhirieron a su sudorosa mano, temblaba y su corazón comenzó a martillar con fuerza. Con temor giró la manilla y al abrir la rechinante y pesada puerta se encontró con una densa oscuridad. Lentamente la oscuridad de la habitación comenzó a disiparse. Mágicamente se encendieron antorchas y candelabros que lo iluminaban todo dejando al descubierto una aterradora escena:
Arañas y más arañas, millones de ellas por todas partes, movíendose lentamente en todas direcciones, otras caian desde el techo sobre la humanidad de Pablo, quien manoteaba frenéticamente para quitarselas de encima.

Se despertó dando un grito de espanto, sobresaltado y un sudor frió como escarcha bañó su cuerpo, la estática de la televisión iluminó el sudoroso rostro de Pablo que aun no se reponía de la atroz pesadilla. Dando un resoplido bebió lo que quedaba de la cerveza.

La lluvia era demasiado intensa por lo que Pablo esa mañana decidió quedase en su casa en vez de ir por las calles de la ciudad en busca de trabajo. Se levantó temprano como era su costumbre, luego se preparó un menguado desayuno. Mientras hacia el aseo de su habitación encontró bajo la cama la amarillenta y arrugada carta de su ex mujer. De nuevo esta mierda, pensó. Se agachó a recogerla, y la desdobló, pero al abrirla emergió desde su interior una siniestra araña negra. Dando un alarido dejó caer el papel. ¡Que mierda está pasando! se preguntó recogiendo nuevamente la misiva procedió a releerla y sus ojos se clavaron en el último párrafo:

Sin importar lo que hagas, mi presencia te atormentará eternamente.
Amelia.

FIN
Carlos Baeza G.

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martes, septiembre 19, 2006

...

Despierto después del tremendo
choque entre los restos retorcidos de mi coche. Sobre mí se inclina Frank, mi
amigo de la infancia, tratando de reanimarme. -Pero Frank -murmuro débilmente-,
si tú estás muerto... Frank me responde con amable embarazo: -Y tú también.

M.R. James


miércoles, septiembre 13, 2006

UN ABOGADO

Charlie había sido en tiempos pretéritos un excelente abogado. Esta cualidad la heredó, junto con la señorial casona ubicada en el casco antiguo de la ciudad donde actualmente reside, de
su padre y de su abuelo, también abogados.
Los tres conformaron un prestigioso bufette el cual les reportaba grandes ganancias y les permitía llevar una vida más que confortable.
Pero Charlie siempre se caracterizó por manifestar conductas extrañas, muchas veces se mostraba huraño, e irascible, al punto de explotar sin mediar provocación aparente.
Fumaba demasiado, y había comenzado nuevamente a beber, algo que no hacía desde los tiempos en que era un estudiante de leyes. Estas conductas se acrecentaron tras la muerte de su padre y de su abuelo en un accidente ferroviario, cuando estos decidieron hacer una pausa en sus labores legales, después de años de trabajo.

Tras los decesos, Charlie se vio solo al frente del buffet, el cual comenzó gradualmente a perder el antiguo esplendor que ostentaba, ya que el abogado solía mostrarse negligente y no hacia más que perder juicio tras juicio. Un irremediable mal estado de ánimo le aquejaba, esto sumado a sus malos manejos comerciales terminaron por llevar el negocio a la ruina.
Su mente era presa de extrañas cavilaciones, y su estado mental comenzaba a presentar un deterioro alarmante. No tomaba alimento alguno y cuando lo hacia era solo por necesidad, mas que por sentir hambre. Tampoco conseguía dormir bien y bebía sin descanso y la falta de comunicación con el mundo exterior causaba los primeros estragos.

A lo largo de su vida Charlie mostró interés por los animales domésticos sobre todo por los gatos que le producían gran curiosidad. Ahora estos eran todo el objeto de su preocupación y los verdaderos amos y señores de la vieja mansión, ya que había adquirido la costumbre de recoger cualquier gato que encontrara ofreciendoles cobijo y alimento. Los había de todas las razas, colores y tamaños imaginables, y estos se paseaban a sus anchas por toda la sala. Un nauseabundo olor a orines y animales muertos infestaba todo aquel oscuro ámbito en el cual el otrora exitoso abogado transcurría sus días recluido por su propia voluntad.
Rara vez abandonaba aquel sitio, solo lo hacia por motivos imperiosos, o bien para mendigar alguna moneda.

Rehusaba las invitaciones a las fiestas que celebraban los amigos y colegas de antaño, tanto que estos se aburrían de sus inasistencias y lo invitaban cada vez con menor frecuencia. Solo algunos de sus antiguos clientes se habían enterado del mal que lo afectaba y en algunas ocasiones le visitaban y le llevaban algo de dinero o alimentos pero le rehuían con rapidez luego de ver su ermitaño comportamiento, y el triste espectáculo de aquellos numerosos gatos haciendo de las suyas, las paredes sucias de vino y orines, la cristalería rota, junto con la soberbia lámpara de lagrimas, antes elevada majestuosamente en el techo de el salón, ahora hecha pedazos en el piso. Muchas veces Charlie pasaba de un estado de sombría indiferencia, reconcentrado en sus delirantes pensamientos a otros de frenética violencia, durante las cuales solía arrojar las botellas de licor vacías contra las paredes y los ventanales de la casa, aunque los gatos jamás sufrieron las consecuencias de estos repentinos ataques de cólera.

El que si los padecía era el vecino más próximo, cuya mansión lindaba con la del infeliz abogado, cuyos gritos y escándalos lo tenían hasta el hartazgo, pero lo peor era la pestilencia que emanaban aquellos malditos gatos. Muchas veces fue a encararlo, amenazando con llamar a Sanidad Mental para que se lo llevaran y de paso eliminaran a los animales, pero solo obtenía por respuesta una sarta de gritos ininteligibles acompañados por un candelabro u una botella lanzados a gran velocidad desde dentro de la casona.

Se encontraba Charlie una vez más ensimismado en los oscuros pensamientos que revoloteaban en su mente como negros cuervos, cuando le pareció notar que faltaba uno de sus gatos, el único gato negro de todos los que poseía y se le vino a la mente la imagen de su vecino introduciéndolo en una bolsa y prendiéndole fuego como a una bruja en los mas oscuros tiempos de la inquisición, pero a pesar de esto siguió con su pasmada actitud mientras algunos gatos rondaban en torno suyo. Al cabo de un rato se levanto de su posición y todavía absorto salió de la vieja casona para dirigirse a la del vecino. Cuando este lo vio y le pregunto que diablos se le ofrecía este le contestó que necesitaba un hacha con el propósito de cortar un añoso árbol que poseía en un jardín trasero cuyas largas raíces ya asomaban por el suelo de su casa. No pasó mucho tiempo hasta que el vecino con una mueca desagradable le hizo entrega de la herramienta. Charlie una vez con esta en su poder la blandió con etílica furia sobre el cuello del vecino propinándole un certero y limpio corte. Sentado junto al cadáver decapitado fumó su sexto cigarro de la noche. Al cabo de un rato se levantó no sin antes coger la cabeza y llevarla a su casa donde la arrojó con desgano hacia una esquina del salón, pensando tal vez en que los gatos darían cuenta de ella.

FIN.
Carlos Baeza G.

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EL VAGABUNDO

Aquella fría tarde padecía lo que se conoce como bloqueo de escritor, es decir mi mente estaba en blanco, nada que escribir o nada que valga la pena ser escrito. Las ideas brillantes no llegaban.
Esa semana debía entregar una de mis crónicas a la modesta publicación donde colaboraba escribiendo una columna, y ahí me encontraba yo, como de costumbre en el ático de mi antigua casa, junto a la ventana y frente a mi vieja Underwood con el papel todavía en blanco, sin saber sobre que diablos escribir.
Cuando a través de la ventana veo pasar por la calle al eterno vagabundo que desde que me mudé a mi domicilio, siempre lo he visto merodear de acá para allá sin rumbo aparente. Podría resultar interesante mantener una conversación con el y saber que acontecimientos lo han llevado a su actual estado, aunque jamás le he oído emitir palabra alguna. Resulta extraño que después de tanto tiempo verlo deambular por las calles me interese saber algo sobre su vida.
Me levanté de la silla y cogí mi abrigo dispuesto a salir a su encuentro, pero al mirar nuevamente por la ventana el hombre ya no se encontraba ahí.

Al día siguiente se repitió la misma situación. Solo lograba redactar un par de malas ideas en un papel el que luego de ser sacado del carril era arrugado y lanzado al papelero por enésima vez, cuando nuevamente le divisé con el rabillo del ojo y al girar la cabeza para mirarle a través de la ventana, me di cuenta que esta vez era él quien me observaba fijamente, como si llevara ya un buen rato en esa acción, y debo confesar que esto me sobresaltó. De todas formas le hice una seña para que me esperara, sin embargo cuando llegué abajo la enigmática figura ya había desaparecido.

Esa noche tuve un extraño sueño, esa clase de sueños confusos en los cuales diversas épocas, situaciones y personas parecen entremezclarse, y entre ellas aparecía la penetrante mirada del vagabundo quien me observaba de forma escrutadora.
Desperté algo nervioso y me percaté que ya era tarde, dentro de unas horas debía presentarme a una reunión en la revista en la cual trabajaba. Me levanté, me di una rápida ducha y luego me vestí. Cuando estaba ya cerca de mi lugar de trabajo vi reaparecer la figura del inquietante hombre quien poseía una gran estatura, larga cabellera y barbas, vestía siempre un largo abrigo negro y un sombrero de copa alta de igual color.

Me observaba esta vez desde la acera de en frente. Decidido a encararle de una vez me dispuse a cruzar la calle cuando el ir y venir de la gente bloqueó por un momento mi mirada hacia en frente y cuando volví a enfocar la vista el hombre nuevamente había desaparecido..
Parece una tontera, pero la situación me tenía cada vez más inquieto, lo que quedaba de manifiesto para mis colegas de trabajo ya que mi nerviosismo era evidente y no pocas veces me preguntaron que me ocurría.

Una noche, en que la lluvia arreciaba, volví a casa tras una reunión y me dirigí hacia la cocina por un trago, apagué las luces de la planta baja y subí hacia el ático a ver si conseguía escribir algo. Una vez dentro del oscuro cuarto no lograba encontrar el botón para encender la luz, cuando de pronto, a la luz de un fuerte relámpago observé aterrorizado a la figura del vagabundo con su abrigo y su sombrero de copa, lo que me hizo soltar el vaso de la mano, haciéndose pedazos contra el piso de la habitación. Torpemente logré encender la luz, pero la figura ya se había esfumado. Aterrorizado intenté bajar pero tropecé y rodé escaleras abajo. Permanecí inconsciente largo rato, tendido en la oscuridad, pero aparte de algunos rasguños y moretones no sufrí mayor lesión.

Al otro día, salí de mi casa decidido a averiguar algo sobre este tipo. Di vueltas en mi vehículo con el fin de encontrarlo en alguna de las esquinas del viejo barrio, pero no logré hallarlo por ningún lado. Le pregunté a los demás vecinos si sabían algo de el, pero extrañamente nadie le conocía ni le había visto nunca. Continué con mis pesquisas sin resultado alguno. Nadie conocía a ningún tipo con aquellas tan particulares características. Sin embargo una señora salió a mi encuentro y me aconsejó que si quería tener éxito en mis investigaciones, me dirigiera hacia un lugar conocido como la casa castillo en el cual habitaba una anciana mujer, la cual podría arrojar algo de luz sobre la historia de aquel personaje objeto de mis preocupaciones.
En efecto, la casa era parecida a un pequeño castillo de estilo medioeval. La señora muy anciana, de aire misterioso y blancos cabellos me hizo pasar hacia el interior, donde quedé asombrado al observar la magnificencia, aunque ya venida a menos, que ostentaba aquella casa castillo, de arcadas ojivales, vitrales y añosos muros de piedra gris. La señora me hizo pasar amablemente hacia un gran salón adornado con una cantidad indeterminada de pinturas las cuales colgaban desde lo alto de la habitación.
Tras explicarle el motivo de mi visita, procedió relatarme la historia de aquél vagabundo de misteriosa estampa, la cual me dejó, por decir lo menos, perplejo.
Se trataba de un hombre que había vivido, nada más y nada menos, en lo que hoy en día es mi propia casa! Pero lo que relató a continuación terminó por dejarme pasmado.
Había habitado allí con su familia hasta que un día el tipo enloqueció y asesinó a su familia compuesta por su esposa y sus dos hijos y luego se suicidó colgándose de una de las vigas del ático, precisamente el lugar que había reservado para mi trabajo de escritor!

Asombrado aún por aquel relato me dirigí hacia mi casa. Comencé recién ahora a dar crédito a aquellos gritos desgarradores que un par de veces me pareció oír por las noches, a esos leves murmullos de niños en el sótano a los cuales nunca di importancia, a aquellos pasos que resonaban en los escalones que conducen a mi cuarto y a esa ocasión en que el carril de la máquina de escribir se hallaba extrañamente en el suelo. Aquel día con bastante temor entré a mi casa.
El pavor me congeló la sangre cuando subí hasta el ático y allí, junto a la maquina de escribir, estaba el negro sombrero de copa alta y la hoja en blanco que permanecía en la maquina ahora rezaba:
ESTE ES MI HOGAR,VETE DE UNA BUENA VEZ MALDITO.

FIN
Carlos Baeza G.

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