jueves, septiembre 21, 2006

LA MALDICIÓN DE AMELIA

Llovía fuertemente cuando Pablo bajó del autobús luego de recorrer sin éxito las céntricas calles de la ciudad en busca de un esquivo empleo, caminaba apurando el paso hacia su hogar. Se detuvo por un momento bajo la cornisa de un antiguo edificio con el fin de capear el temporal. Encendió luego un cigarro, subió el cuello de su abrigo y continuó el viaje hasta su casa.

Al abrir la puerta lo primero que saltó a su vista fue la presencia de una araña negra y grande posada en la puerta al fondo del zaguán, por lo que se agachó a recoger un periódico con el fin de aplastar al arácnido, pero al incorporarse la araña ya no se encontraba en el lugar por lo que volvió a dejar el periódico. Al entrar en su habitación arrojó con desgana su bolso el que al caer al suelo se abrió dejando al descubierto una serie de cuentas impagas, hojas de vida y otros documentos. Al recoger y reordenar los papeles se encontró con una amarillenta hoja doblada. Era una carta de Amelia su ex esposa, la última que recibió de ella y en la que podían leerse terroríficas maldiciones hacia él, producto del odio y el sentimiento de despecho que Pablo le inspiró luego del violento fin de su relación cuando este la abandonó para mantener una efímera relación con otra mujer. Ahora se encontraba solo y releyendo aquella carta cuando nuevamente observó con el rabillo del ojo una pequeña forma oscura que subía velozmente por la pared. Una araña. Pablo no había tenido un buen día, en realidad hacía mucho tiempo que no tenía un buen día, arrugó la carta y la lanzó con furia en dirección al bicho. Luego de cenar se recostó en su cama y encendió un cigarro, el no conseguir un trabajo le aproblemaba, las deudas se acomulaban y el dinero comenzaba a escasear. En estas cosas pensaba mientras observaba las grises argollas de humo que salían de su boca elevándose hacia lo alto de la habitación. Fue en busca de una cerveza y se tendió sobre el sofá a ver la televisión, se encontraba muy cansado tras su inútil deambular por el centro de la ciudad, ahí lo encontró el sueño.

Todo estaba casi en penumbras dentro de la antigua y tétrica casona y el se encontraba subiendo a través de una larga escalera de caracol cuyo fin se perdía en la oscuridad más absoluta, sin embargo continuó subiendo, pisando con cuidado los carcomidos escalones, las manos fuertemente aferradas al pasamanos. El olor a humedad era penetrante y a lo lejos sentiase el ritmo monótono de una gotera. De pronto le invadió una fuerte sensación de vértigo al llegar ante una puerta cerrada que se encontraba al final de la alta escalera. Tomó la manilla de la puerta, unas telarañas se adhirieron a su sudorosa mano, temblaba y su corazón comenzó a martillar con fuerza. Con temor giró la manilla y al abrir la rechinante y pesada puerta se encontró con una densa oscuridad. Lentamente la oscuridad de la habitación comenzó a disiparse. Mágicamente se encendieron antorchas y candelabros que lo iluminaban todo dejando al descubierto una aterradora escena:
Arañas y más arañas, millones de ellas por todas partes, movíendose lentamente en todas direcciones, otras caian desde el techo sobre la humanidad de Pablo, quien manoteaba frenéticamente para quitarselas de encima.

Se despertó dando un grito de espanto, sobresaltado y un sudor frió como escarcha bañó su cuerpo, la estática de la televisión iluminó el sudoroso rostro de Pablo que aun no se reponía de la atroz pesadilla. Dando un resoplido bebió lo que quedaba de la cerveza.

La lluvia era demasiado intensa por lo que Pablo esa mañana decidió quedase en su casa en vez de ir por las calles de la ciudad en busca de trabajo. Se levantó temprano como era su costumbre, luego se preparó un menguado desayuno. Mientras hacia el aseo de su habitación encontró bajo la cama la amarillenta y arrugada carta de su ex mujer. De nuevo esta mierda, pensó. Se agachó a recogerla, y la desdobló, pero al abrirla emergió desde su interior una siniestra araña negra. Dando un alarido dejó caer el papel. ¡Que mierda está pasando! se preguntó recogiendo nuevamente la misiva procedió a releerla y sus ojos se clavaron en el último párrafo:

Sin importar lo que hagas, mi presencia te atormentará eternamente.
Amelia.

FIN
Carlos Baeza G.

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