miércoles, septiembre 13, 2006

UN ABOGADO

Charlie había sido en tiempos pretéritos un excelente abogado. Esta cualidad la heredó, junto con la señorial casona ubicada en el casco antiguo de la ciudad donde actualmente reside, de
su padre y de su abuelo, también abogados.
Los tres conformaron un prestigioso bufette el cual les reportaba grandes ganancias y les permitía llevar una vida más que confortable.
Pero Charlie siempre se caracterizó por manifestar conductas extrañas, muchas veces se mostraba huraño, e irascible, al punto de explotar sin mediar provocación aparente.
Fumaba demasiado, y había comenzado nuevamente a beber, algo que no hacía desde los tiempos en que era un estudiante de leyes. Estas conductas se acrecentaron tras la muerte de su padre y de su abuelo en un accidente ferroviario, cuando estos decidieron hacer una pausa en sus labores legales, después de años de trabajo.

Tras los decesos, Charlie se vio solo al frente del buffet, el cual comenzó gradualmente a perder el antiguo esplendor que ostentaba, ya que el abogado solía mostrarse negligente y no hacia más que perder juicio tras juicio. Un irremediable mal estado de ánimo le aquejaba, esto sumado a sus malos manejos comerciales terminaron por llevar el negocio a la ruina.
Su mente era presa de extrañas cavilaciones, y su estado mental comenzaba a presentar un deterioro alarmante. No tomaba alimento alguno y cuando lo hacia era solo por necesidad, mas que por sentir hambre. Tampoco conseguía dormir bien y bebía sin descanso y la falta de comunicación con el mundo exterior causaba los primeros estragos.

A lo largo de su vida Charlie mostró interés por los animales domésticos sobre todo por los gatos que le producían gran curiosidad. Ahora estos eran todo el objeto de su preocupación y los verdaderos amos y señores de la vieja mansión, ya que había adquirido la costumbre de recoger cualquier gato que encontrara ofreciendoles cobijo y alimento. Los había de todas las razas, colores y tamaños imaginables, y estos se paseaban a sus anchas por toda la sala. Un nauseabundo olor a orines y animales muertos infestaba todo aquel oscuro ámbito en el cual el otrora exitoso abogado transcurría sus días recluido por su propia voluntad.
Rara vez abandonaba aquel sitio, solo lo hacia por motivos imperiosos, o bien para mendigar alguna moneda.

Rehusaba las invitaciones a las fiestas que celebraban los amigos y colegas de antaño, tanto que estos se aburrían de sus inasistencias y lo invitaban cada vez con menor frecuencia. Solo algunos de sus antiguos clientes se habían enterado del mal que lo afectaba y en algunas ocasiones le visitaban y le llevaban algo de dinero o alimentos pero le rehuían con rapidez luego de ver su ermitaño comportamiento, y el triste espectáculo de aquellos numerosos gatos haciendo de las suyas, las paredes sucias de vino y orines, la cristalería rota, junto con la soberbia lámpara de lagrimas, antes elevada majestuosamente en el techo de el salón, ahora hecha pedazos en el piso. Muchas veces Charlie pasaba de un estado de sombría indiferencia, reconcentrado en sus delirantes pensamientos a otros de frenética violencia, durante las cuales solía arrojar las botellas de licor vacías contra las paredes y los ventanales de la casa, aunque los gatos jamás sufrieron las consecuencias de estos repentinos ataques de cólera.

El que si los padecía era el vecino más próximo, cuya mansión lindaba con la del infeliz abogado, cuyos gritos y escándalos lo tenían hasta el hartazgo, pero lo peor era la pestilencia que emanaban aquellos malditos gatos. Muchas veces fue a encararlo, amenazando con llamar a Sanidad Mental para que se lo llevaran y de paso eliminaran a los animales, pero solo obtenía por respuesta una sarta de gritos ininteligibles acompañados por un candelabro u una botella lanzados a gran velocidad desde dentro de la casona.

Se encontraba Charlie una vez más ensimismado en los oscuros pensamientos que revoloteaban en su mente como negros cuervos, cuando le pareció notar que faltaba uno de sus gatos, el único gato negro de todos los que poseía y se le vino a la mente la imagen de su vecino introduciéndolo en una bolsa y prendiéndole fuego como a una bruja en los mas oscuros tiempos de la inquisición, pero a pesar de esto siguió con su pasmada actitud mientras algunos gatos rondaban en torno suyo. Al cabo de un rato se levanto de su posición y todavía absorto salió de la vieja casona para dirigirse a la del vecino. Cuando este lo vio y le pregunto que diablos se le ofrecía este le contestó que necesitaba un hacha con el propósito de cortar un añoso árbol que poseía en un jardín trasero cuyas largas raíces ya asomaban por el suelo de su casa. No pasó mucho tiempo hasta que el vecino con una mueca desagradable le hizo entrega de la herramienta. Charlie una vez con esta en su poder la blandió con etílica furia sobre el cuello del vecino propinándole un certero y limpio corte. Sentado junto al cadáver decapitado fumó su sexto cigarro de la noche. Al cabo de un rato se levantó no sin antes coger la cabeza y llevarla a su casa donde la arrojó con desgano hacia una esquina del salón, pensando tal vez en que los gatos darían cuenta de ella.

FIN.
Carlos Baeza G.

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