martes, noviembre 06, 2007

EL BOSQUE

Enfangado hasta las rodillas y con los brazos rasmillados Leonardo se adentró una vez más en la espesura del bosque. Las risotadas crueles e inmisericordes de sus perseguidores resonaban siniestras a lo lejos. El joven exhausto, casi al límite de la fuerza que le brindaba una contextura física más bien escuálida, apeló al instinto innato de supervivencia y logró encaramarse hasta la elevada copa de un añoso árbol. Desde la altura se sirvió del ramaje para ocultarse y con la actitud de un animal asustado observó a los tres muchachos rastrearlo sin éxito. Sintiéndose nuevamente burlados se marcharon mascullando maldiciones, rojos de pura rabia.

En la calma del profundo bosque sólo era posible oír el rumor del viento silbar a través de los árboles y la respiración entre cortada de Leonardo que trataba de recuperar el aliento. Vacilante descendió a través de las ramas y se lanzó desde cierta altura, cayendo aparatosamente. Se levantó, se sacudió el traje escolar, cogió su bolso que yacía al pié del árbol y se marchó sollozando rumbo a casa. Leonardo llevaba años soportando las crueles bromas hechas por sus compañeros de escuela y diariamente era victima de sus abusos. Cada día también se preguntaba cuanto más sería capaz de soportar.

El muchacho encontraba cierto alivio inmerso en el interior del gran bosque.
Apartado de la urbe y cobijado en los brazos de la madre naturaleza dejaba escapar las tardes leyendo algún libro bajo las sombras de sus frondosos árboles. Con el paso del tiempo ese bosque se constituyó en su refugio secreto. Allí, en un la cavidad de un cedro escondía pequeños tesoros que rememoraban su infancia. Estos eran un par de soldaditos de plomo, unas cartas y un reloj regalado por su padre poco antes de morir.

Muy pronto oscurecería y sumido en reflexiones algo grises Leonardo caminaba cabizbajo en dirección a su casa. Sólo deseaba llegar, quitarse la ropa humedecida, cobijarse entre las sabanas y buscar entre los sueños la tranquilidad perdida.
Faltando unas pocas cuadras para arribar a su hogar, en el interior de un callejón divisó a lo lejos la figura de uno de los matones, aterrado hizo ademán de devolverse pero se encontró cara a cara con los otros dos. Una vez más le habían atrapado.
Uno de ellos le agarró con fuerza los brazos por la espalda y el que parecía ser el líder le propinó un golpe de puño en plena boca del estomago. Leonardo cayó al asfalto aún humedecido por la lluvia de la tarde anterior. De inmediato una serie de huevos lanzados desde cierta distancia impactaban en todas partes de su cuerpo mientras los muchachos reían, festinaban y bailaban alrededor.
Los huevos habían sido rellenados con pintura, y cuando el grupo se alejó corriendo al observar a unas personas aproximarse, Leonardo quedó tendido en el piso, pintarrajeado de todos colores que parecía un arcoiris. Un arcoiris patético.

La madre de Leonardo era una señora histérica y sobre protectora, que luego de la muerte de su esposo perdió parte de su cordura, esa mañana despertó a Leonardo y salió a la calle de compras. El joven nada le comentó sobre el lamentable episodio de la tarde anterior. De hacerlo su madre correría rumbo al colegio a denunciar el hecho, lo que a el hubiera significado recibir otra paliza, tal vez de mayores proporciones.

Leonardo permaneció adormilado y sólo se levantó de la cama al oír la puerta cerrarse. Sin las mínimas ganas de ir al colegio, optó por pasar ese día entero en el bosque. Antes encaminó sus pasos hasta la sombría habitación de sus padres y al entrar en ella una mezcla de extrañas y desconocidas sensaciones le invadieron de súbito. A contar de ese momento la vida del joven cambiaría de forma lamentable.

Colgado de la pared el retrato de su padre muerto lo observaba. Por unos segundos Leonardo tuvo la espantosa sensación que el retrato cobraba vida y parecía querer advertirle sobre algo.
Algo turbado por aquella visión, con inseguridad abrió la pesada tapa de un viejo baúl de madera asentado en una esquina y comenzó a escudriñar en su interior. Luego de remover empolvados libros, algunos documentos y un sinnúmero de revistas descoloridas por la inexorable marcha del tiempo, logró encontrar lo que buscaba…

Varias horas más tarde, al sonar la campana que señalaba el final de la jornada escolar, una estampida de chiquillos corrió como una horda ávida de libertad buscando la salida del recinto educacional. Unos metros más atrás la pandilla de matones caminaba sabiéndose temidos, repartiendo palmazos y empujones a todo aquel que osara cruzarse en su camino. Decidieron ir al bosque, lugar que adoptaron como guarida y en el cual escondían el dinero y las pertenencias robadas a sus propios compañeros. Allí en un escondrijo muy bien disimulado entre arbustos, depositaron lo obtenido de forma mal habida.

A cierta distancia, y oculto entre la neblina espesa y resplandeciente, Leonardo observaba perplejo la escena.
Instintivamente dio media vuelta y se marchó muy cautelosamente, sin embargo pisó una rama, su crujir alertó a los matones que al percatarse de la presencia del muchacho corrieron cual manada de lobos furiosos tras su captura. Una vez más se repetía la escena.
Leonardo huyó sin descanso durante largo tiempo y de pronto se halló perdido en el bosque que creía conocer como la palma de su mano. En un postrero esfuerzo corrió unos metros más hasta llegar hasta una enorme reja de hierro que delimitaba los confines del extenso bosque con un antiguo cementerio. Estaba tan exhausto que ni siquiera hizo un intento por traspasarla al oír acercarse los pasos de sus captores. Sólo se aferró a los barrotes al sentir sus piernas doblarse producto del cansancio.
El bosque presentaba un aterrador aspecto, los tétricos árboles con sus ramajes esqueléticos proyectaban monstruosas y amenazantes sombras. Tampoco era posible oir ruidos ni de pájaros ni de insectos, dando la impresión de una total ausencia de cualquier clase de vida.

Al dar con Leonardo, en los rostros de los pandilleros se pintó una macabra sonrisa de triunfo y en sus ojos adivinábase la malignidad. Armados con sendos leños se acercaron con paso cansado hasta Leonardo con la intención de propinarle la golpiza de su vida. Había visto algo que no correspondía y había que silenciarlo. Sin embargo esa expresión cambió y los rostros palidecieron de espanto al observar como Leonardo giraba lentamente hacia ellos al tiempo que sacaba un revolver desde sus ropas y les apuntaba con mano temblorosa.

Estuvieron durante varios segundos inmóviles de asombro, en silencio absoluto, salvo por sus respiraciones tensas y entrecortadas. Uno de los chicos hizo un repentino ademán de ataque, Leonardo automáticamente jaló del gatillo. El tiro contra el bravucón fue realizado a tan corta distancia que el disparo logró desprenderle la cabeza del resto del cuerpo. Aún no terminaba de reverberar el estruendo del primer disparo cuando, ante un movimiento brusco de otro muchacho, Leonardo realizó un segundo impacto, tan certero que la pieza de plomo penetró violenta en medio de los ojos del pendenciero, dividiendo su cara en dos partes iguales. Con una mueca de espanto grabada en su desencajado rostro y salpicado con la sangre de sus compinches, el líder de la pandilla emprendió la huida. Alcanzó a escapar algunos metros hasta que una bala le despedazó la espina dorsal y cayó desplomado en la tierra, aullando de dolor. Pasaría así unas cuantas horas más, tirado sin poder moverse junto a los dos cadáveres clamando por un auxilio que nunca llegó.

En estado de shock, Leonardo lanzo el revolver y se alejó con paso cansino, resbalando con la sangre que aun manaba de los cuerpos inertes.
Desde esa tarde, hasta el día de su muerte, Leonardo no volvió a emitir palabra alguna.


Entre los lúgubres pasillos de un antiguo hospital psiquiátrico los internos absolutamente desprovistos del don de la razón deambulaban de un lado a otro ajenos a toda realidad. En un patio de miserables dimensiones, Leonardo, taciturno, con un libro en sus manos, pero con la mirada perdida en el horizonte se cobijaba a la sombra brindada por un precario y triste arbolito, mientras en el bosque raíces y gusanos se apropiaban de los podridos huesos.
La naturaleza comenzaba su trabajo.
FIN
C.B.G.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Muy buen formato y diseño de este blog.

Los escritos son muy buenos también.

Saludos y felisitaciones.

11:36 p. m.  
Blogger Grito de Espanto said...

Vale, gracias a ti por visitar el blog y por tu comentario.
Saludos.

12:12 p. m.  

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