viernes, octubre 27, 2006

MINICUENTOS

Isidro había adquirido la vieja mansión victoriana a muy bajo costo.
La magnificencia de su arquitectura le hizo ignorar la serie de maldiciones que se tejían en torno a ella. Incluso la misma familia que le vendió el inmueble se lo advirtió, pero a Isidro, de naturaleza escéptica, las leyendas le importaban un carajo.
Sin embargo cuando se encontraba recorriendo los amplios salones satisfecho con su nueva adquisición, un ruido proveniente de una de las habitaciones del segundo piso llamó su atención. Subió hasta allá, y al no encontrar nada extraño, abrió los ventanales para dejar entrar el aire y luego salió hacia el balcón para contemplar la campiña.
De pronto una horda de murciélagos emprendió el vuelo desde el interior de la habitación buscando salir por el ventanal recién abierto.
Tal fue el espanto del hombre, que trastabilló y cayó desde el segundo piso azotándose la cabeza contra el suelo, muriendo en forma instantánea.
Solo una hora alcanzó a disfrutar Isidro de su vieja mansión victoriana.
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Corrió despavorido, intentando alejarse de su auto que comenzaba a arder en llamas.
Se había quedado dormido al volante y colisionó de frente con un bus repleto de pasajeros. Todo era un confuso caos, cuerpos, sangre, llanto, sirenas de ambulancias, autos policiales, bomberos, gente comunicándose nerviosa a través de sus teléfonos celulares, sin embargo a el nadie le veía, nadie notaba su presencia. Se devolvió hasta su coche y observó su propio cuerpo metido entre los fierros retorcidos del vehículo. Ahí se dio cuenta... Estaba muerto.
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Luego de beberse unos tragos salió de su sombrío departamento y encaminó sus pasos hacia la estación del metro donde realizaría su último viaje…
Tomó asiento en un peldaño de una de las escaleras de acceso a la estación y extrajo un cigarrillo algo doblado de uno de los bolsillos de su negra chaqueta. Una vez consumido el cigarro, se dirigió al sector de boleterías, giró nerviosamente la cabeza de lado a lado, como esperando encontrar a algo o a alguien y sin más corrió velozmente y se arrojó hacia las vías…
De todas las cosas que vio en su puerca vida lo último que alcanzó a ver Felipe fue a un guardia de seguridad corriendo hacia él en el inútil afán de detener su mortal destino.
C.B.G.

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