sábado, junio 14, 2008

ALGUIEN ENTRÓ EN LA CASA

Cobijado bajo numerosas mantas y frazadas se encontraba el joven presa de una severa fiebre. Yacía sobre el colchón empapado de sudor, volteando de un lado a otro intentando sin éxito conciliar el sueño. El fortísimo ventarrón que soplaba implacable en el exterior había botado algunos cachureos que Nicolás tenía la pésima costumbre de amontonar en el patio de su antigua casa, aquel ruido le había despertado.
Cogió algunas de las mantas que habían caído al piso para aplacar el intenso frío que suele acompañar a aquellos estados febriles, cuando un nuevo estruendo lo sobresaltó. Algo más inquieto clavó la mirada en dirección a la ventana que daba al patio y a través de la cortina un tanto descorrida le pareció observar cómo unas sombras se deslizaban súbitamente.
En la mente de Nicolás no cabía la duda más mínima. Alguien había entrado en su casa.
Aterrado y confundido ante la presencia extraña corrió por el pasillo tropezando en la oscuridad hasta llegar al salón, cogió el teléfono y marcó el número de la policía, pero su rostro palideció al recordar que el aparato estaba descompuesto.
Desconcertado, corrió hasta la puerta que daba a la calle para salir a solicitar ayuda, pero las llaves no aparecían por ningún lado. Se apresuró en encender la lámpara de la sala para buscar de mejor forma el manojo, pero la luz no encendía. Aparentemente la electricidad se había ido. Al borde de la desesperación, se dio a la tarea de hallar las llaves en la semipenumbra, pero al no poder dar con ellas, optó por aguardar agazapado en la oscuridad, alerta ante cualquier ruido. Reprochándose su falta de valor el joven comenzó a reflexionar. Tal vez su febril estado le estaba haciendo una mala jugada, quizá los ruidos eran consecuencia de la fuerte ventolera, tal vez esas sombras no eran mas que las siluetas del ramaje de los árboles mecidos por el viento, que a su vez podía haber botado algún cable eléctrico, por eso la falta de luz. Mientras tanto en el exterior el viento amainaba poco a poco y los ruidos extraños también parecían cesar.

El repentino regreso de la energía eléctrica hizo que el joven abandonara sus cavilaciones y un poco más sereno con la casa iluminada, pero aun albergando cierta dosis de temor, decidió volver a la habitación para cerciorarse por si mismo de lo que verdaderamente acontecía. Caminó lentamente hacia la habitación pero sin atreverse a entrar y observó atento hacia la ventana que daba al patio. Una vez más el terror se apoderaba de Nicolás, y un grito se ahogó en su garganta al percatarse con verdadero espanto como alguien le observaba sigilosamente desde el exterior. Corrió nuevamente hasta el salón sin saber muy bien que hacer. Con la respiración acelerada y el corazón a punto de explotarle se armó de un palo de escoba y reuniendo el valor necesario decidió regresar a la habitación y desde la puerta observó. La figura también le observaba desde afuera. Con paso inseguro hacia la ventana, blandiendo el palo de escoba como si de un bat de baseball se tratase, en el exterior la misteriosa figura se aproximó también un par de pasos hacia la ventana, blandiendo el palo de igual forma. Repentinamente el joven elevó el madero preparándose para asestar un golpe, al mismo tiempo la figura de afuera realizó igual acción, Nicolás con una mueca de desagrado lanzó el palo hacia un costado, y cuando la figura hizo lo mismo, el joven se acercó a la ventana y corrió con furia la cortina para cubrirla totalmente. Luego se acostó, sintiéndose de lo más ridículo.

FIN
C.B.G.

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jueves, junio 05, 2008

FATALIO


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martes, noviembre 06, 2007

EL BOSQUE

Enfangado hasta las rodillas y con los brazos rasmillados Leonardo se adentró una vez más en la espesura del bosque. Las risotadas crueles e inmisericordes de sus perseguidores resonaban siniestras a lo lejos. El joven exhausto, casi al límite de la fuerza que le brindaba una contextura física más bien escuálida, apeló al instinto innato de supervivencia y logró encaramarse hasta la elevada copa de un añoso árbol. Desde la altura se sirvió del ramaje para ocultarse y con la actitud de un animal asustado observó a los tres muchachos rastrearlo sin éxito. Sintiéndose nuevamente burlados se marcharon mascullando maldiciones, rojos de pura rabia.

En la calma del profundo bosque sólo era posible oír el rumor del viento silbar a través de los árboles y la respiración entre cortada de Leonardo que trataba de recuperar el aliento. Vacilante descendió a través de las ramas y se lanzó desde cierta altura, cayendo aparatosamente. Se levantó, se sacudió el traje escolar, cogió su bolso que yacía al pié del árbol y se marchó sollozando rumbo a casa. Leonardo llevaba años soportando las crueles bromas hechas por sus compañeros de escuela y diariamente era victima de sus abusos. Cada día también se preguntaba cuanto más sería capaz de soportar.

El muchacho encontraba cierto alivio inmerso en el interior del gran bosque.
Apartado de la urbe y cobijado en los brazos de la madre naturaleza dejaba escapar las tardes leyendo algún libro bajo las sombras de sus frondosos árboles. Con el paso del tiempo ese bosque se constituyó en su refugio secreto. Allí, en un la cavidad de un cedro escondía pequeños tesoros que rememoraban su infancia. Estos eran un par de soldaditos de plomo, unas cartas y un reloj regalado por su padre poco antes de morir.

Muy pronto oscurecería y sumido en reflexiones algo grises Leonardo caminaba cabizbajo en dirección a su casa. Sólo deseaba llegar, quitarse la ropa humedecida, cobijarse entre las sabanas y buscar entre los sueños la tranquilidad perdida.
Faltando unas pocas cuadras para arribar a su hogar, en el interior de un callejón divisó a lo lejos la figura de uno de los matones, aterrado hizo ademán de devolverse pero se encontró cara a cara con los otros dos. Una vez más le habían atrapado.
Uno de ellos le agarró con fuerza los brazos por la espalda y el que parecía ser el líder le propinó un golpe de puño en plena boca del estomago. Leonardo cayó al asfalto aún humedecido por la lluvia de la tarde anterior. De inmediato una serie de huevos lanzados desde cierta distancia impactaban en todas partes de su cuerpo mientras los muchachos reían, festinaban y bailaban alrededor.
Los huevos habían sido rellenados con pintura, y cuando el grupo se alejó corriendo al observar a unas personas aproximarse, Leonardo quedó tendido en el piso, pintarrajeado de todos colores que parecía un arcoiris. Un arcoiris patético.

La madre de Leonardo era una señora histérica y sobre protectora, que luego de la muerte de su esposo perdió parte de su cordura, esa mañana despertó a Leonardo y salió a la calle de compras. El joven nada le comentó sobre el lamentable episodio de la tarde anterior. De hacerlo su madre correría rumbo al colegio a denunciar el hecho, lo que a el hubiera significado recibir otra paliza, tal vez de mayores proporciones.

Leonardo permaneció adormilado y sólo se levantó de la cama al oír la puerta cerrarse. Sin las mínimas ganas de ir al colegio, optó por pasar ese día entero en el bosque. Antes encaminó sus pasos hasta la sombría habitación de sus padres y al entrar en ella una mezcla de extrañas y desconocidas sensaciones le invadieron de súbito. A contar de ese momento la vida del joven cambiaría de forma lamentable.

Colgado de la pared el retrato de su padre muerto lo observaba. Por unos segundos Leonardo tuvo la espantosa sensación que el retrato cobraba vida y parecía querer advertirle sobre algo.
Algo turbado por aquella visión, con inseguridad abrió la pesada tapa de un viejo baúl de madera asentado en una esquina y comenzó a escudriñar en su interior. Luego de remover empolvados libros, algunos documentos y un sinnúmero de revistas descoloridas por la inexorable marcha del tiempo, logró encontrar lo que buscaba…

Varias horas más tarde, al sonar la campana que señalaba el final de la jornada escolar, una estampida de chiquillos corrió como una horda ávida de libertad buscando la salida del recinto educacional. Unos metros más atrás la pandilla de matones caminaba sabiéndose temidos, repartiendo palmazos y empujones a todo aquel que osara cruzarse en su camino. Decidieron ir al bosque, lugar que adoptaron como guarida y en el cual escondían el dinero y las pertenencias robadas a sus propios compañeros. Allí en un escondrijo muy bien disimulado entre arbustos, depositaron lo obtenido de forma mal habida.

A cierta distancia, y oculto entre la neblina espesa y resplandeciente, Leonardo observaba perplejo la escena.
Instintivamente dio media vuelta y se marchó muy cautelosamente, sin embargo pisó una rama, su crujir alertó a los matones que al percatarse de la presencia del muchacho corrieron cual manada de lobos furiosos tras su captura. Una vez más se repetía la escena.
Leonardo huyó sin descanso durante largo tiempo y de pronto se halló perdido en el bosque que creía conocer como la palma de su mano. En un postrero esfuerzo corrió unos metros más hasta llegar hasta una enorme reja de hierro que delimitaba los confines del extenso bosque con un antiguo cementerio. Estaba tan exhausto que ni siquiera hizo un intento por traspasarla al oír acercarse los pasos de sus captores. Sólo se aferró a los barrotes al sentir sus piernas doblarse producto del cansancio.
El bosque presentaba un aterrador aspecto, los tétricos árboles con sus ramajes esqueléticos proyectaban monstruosas y amenazantes sombras. Tampoco era posible oir ruidos ni de pájaros ni de insectos, dando la impresión de una total ausencia de cualquier clase de vida.

Al dar con Leonardo, en los rostros de los pandilleros se pintó una macabra sonrisa de triunfo y en sus ojos adivinábase la malignidad. Armados con sendos leños se acercaron con paso cansado hasta Leonardo con la intención de propinarle la golpiza de su vida. Había visto algo que no correspondía y había que silenciarlo. Sin embargo esa expresión cambió y los rostros palidecieron de espanto al observar como Leonardo giraba lentamente hacia ellos al tiempo que sacaba un revolver desde sus ropas y les apuntaba con mano temblorosa.

Estuvieron durante varios segundos inmóviles de asombro, en silencio absoluto, salvo por sus respiraciones tensas y entrecortadas. Uno de los chicos hizo un repentino ademán de ataque, Leonardo automáticamente jaló del gatillo. El tiro contra el bravucón fue realizado a tan corta distancia que el disparo logró desprenderle la cabeza del resto del cuerpo. Aún no terminaba de reverberar el estruendo del primer disparo cuando, ante un movimiento brusco de otro muchacho, Leonardo realizó un segundo impacto, tan certero que la pieza de plomo penetró violenta en medio de los ojos del pendenciero, dividiendo su cara en dos partes iguales. Con una mueca de espanto grabada en su desencajado rostro y salpicado con la sangre de sus compinches, el líder de la pandilla emprendió la huida. Alcanzó a escapar algunos metros hasta que una bala le despedazó la espina dorsal y cayó desplomado en la tierra, aullando de dolor. Pasaría así unas cuantas horas más, tirado sin poder moverse junto a los dos cadáveres clamando por un auxilio que nunca llegó.

En estado de shock, Leonardo lanzo el revolver y se alejó con paso cansino, resbalando con la sangre que aun manaba de los cuerpos inertes.
Desde esa tarde, hasta el día de su muerte, Leonardo no volvió a emitir palabra alguna.


Entre los lúgubres pasillos de un antiguo hospital psiquiátrico los internos absolutamente desprovistos del don de la razón deambulaban de un lado a otro ajenos a toda realidad. En un patio de miserables dimensiones, Leonardo, taciturno, con un libro en sus manos, pero con la mirada perdida en el horizonte se cobijaba a la sombra brindada por un precario y triste arbolito, mientras en el bosque raíces y gusanos se apropiaban de los podridos huesos.
La naturaleza comenzaba su trabajo.
FIN
C.B.G.

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lunes, agosto 20, 2007

M.R. JAMES

Montague Rhodes James está considerado hoy por hoy y en perspectiva
como "El Gran Maestro del Cuento de Fantasmas", honor ganado a pulso
con cada uno de sus magníficos relatos, ideados para amenizar más de una Navidad, en compañía de sus allegados.

James vio la luz en el año 1862, en la rectoría de Goodnestone, Kent, lugar donde su padre ejercía como coadjutor. Ya a una temprana edad, en la que otros niños se contentaban con dedicar sus horas a cualquier simple juego, el joven James desarrolló ya su nunca olvidada pasión por los libros antiguos, lo que le llevaría a pasarse horas y horas entre el polvo acumulado en viejas bibliotecas. Una anécdota explicativa del grado de su amor por los libros cuenta que a los seis años, enfermo de bronquitis y en pleno proceso de curación, pasó largas tardes acostado en su cama en compañía de una antigua Biblia holandesa del siglo XVII, propiedad de un amigo de su padre, el obispo Ryle.

Fue educado en el elitista Eton College, pasando posteriormente a Cambridge, al King's College, siendo con el tiempo director y vice-director de ambos.

El erudito Montague Rhodes James como persona se puede decir que está a años luz de las torturadas figuras de antecesores suyos en el arte de asustar como Edgard Allan Poe, Guy de Maupassant o Joseph Sheridan LeFanu. El trasfondo de sus obras poco tiene que ver con los oníricos mundos que poblaban las mentes de estos autores. Su personalidad destacaba por su lucidez y equilibrio, amén de su escepticismo, tiznado con un agudo sentido del humor, en lo tocante al mundo de los espíritus y los fenómenos paranormales tan en boga durante finales del siglo XIX y principios del XX.

Podríamos decir que su vida transcurrió en una continua investigación del pasado, entre viejos manuscritos, clases y reuniones docentes, visitas a antiguas ruinas, bibliotecas polvorientas, iglesias dejadas de la mano de Dios... Ésa fue su vida, ya que nunca contrajo matrimonio, ni tuvo hijos. La universidad, Eton, y los libros constituyeron el entramado de su existencia.

Fue un medievalista de prestigio contrastado, lingüista y un estudioso bíblico. Su inteligencia, mente perspicaz y extraordinaria memoria posibilitaron la realización de estudios pioneros de gran calidad, como la traducción del Apocryphal New Testament (Nuevo Testamento Apócrifo) en 1924.

Entre sus intereses y aficiones cabe mencionar desde la arqueología (llegó a ser miembro del departamento de arqueología del museo Fitzwilliam), hasta la paleografía (catalogó muchas de las colecciones manuscritas de Cambridge, una tarea que le llevó 40 años completar, además de prologar el Romance of Alexander, conservado en la Biblioteca Bodleina de Oxford); de la filología al arte eclesiástico (descubrió un mural del siglo XV en la capilla de Eton, y restauró los vitrales de la capilla del King's College); de las antigüedades (fue miembro de la Society of Antiquaries) a los estudios históricos y bibliográficos, revisando a menudo ejemplares para las sociedades bibliográficas e históricas especializadas. Sin olvidarnos de la traducción (como por ejemplo una excelente versión inglesa de los cuentos de Andersen), el ensayo, o la disertación académica: con The Apocalypse of St. Peter (El Apocalipsis según San Pedro) fue distinguido con la orden Fellow of King's en el King's College.

Dedicó décadas de su vida a tales estudios, llevándole sus investigaciones a menudo al extranjero, a países como Chipre, Dinamarca, Baviera, Austria o Suecia, donde precisamente situó su ghost story "Count Magnus", inspirada en el personaje real del siglo XVII, el conde Magnus Gabriel de la Gardie.

Todos estos datos nos hablan bien a las claras de su erudición en diversos campos. Mas toda esta labor histórica queda reducida a círculos académicos minoritarios, siendo recordado en la actualidad únicamente por sus ghost stories, o historias de fantasmas.


M.R. James murió en Eton en 1936, suponemos que de un modo tan apacible y rutinario como transcurrió toda su vida.

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martes, abril 10, 2007

LA ROSA DEL ÁNGEL

Un aterrador acontecimiento que escapa a toda lógica, puso los pelos de punta a los habitantes de una pequeña ciudad cuyo nombre no consigo recordar. Esta historia tiene como protagonistas a dos jóvenes que eran los mejores amigos. A tal grado llegaba su amistad que más que buenos amigos Pedro y Eduardo se consideraban hermanos. Se conocían desde la más pura infancia y habían crecido juntos. Ahora ambos bordeaban los diecisiete años de edad.

Una gélida mañana de comienzos de otoño Pedro se dirigía soñoliento hasta el parque donde solía juntarse con Eduardo para así caminar juntos rumbo al establecimiento educacional en el cual llevaban a cabo sus estudios. Tomó asiento en una humedecida banca, y como queriendo desperezarse se quitó las gruesas gafas y se restregó los ojos con ambas manos, de súbito notó que en una banca ubicada unos cuantos metros frente a el había una persona sentada. Al ponerse nuevamente las gafas notó que era una chica, vestía completamente de negro y leía un libro. El joven la observó con curiosidad. Ella levantó la mirada del libro y la posó sobre Pedro, le dedicó una enigmática sonrisa y continuó con su lectura. Pedro quedó maravillado al contemplar la extraña belleza que poseía la muchacha. Su rostro de finas facciones poseía tal palidez que contrastaba con sus ojos perfectamente negros. Aquel rostro estaba enmarcado por un cabello largo y negro que caía como un velo fúnebre para terminar en bucles que reposaban sobre sus pechos. Era alta y delgada, en sus ademanes podía adivinarse cierta distinción.

Una sensación desconocida se apoderó de Pedro. La verdad es que el muchacho se sintió cautivado de una manera inmediata y casi sobrenatural por la belleza y sensualidad extraordinarias de las que la niña era poseedora.
La observó durante un buen rato sin atreverse a abordarla. Sin embargo el magnetismo que ejerció la muchacha sobre Pedro pudo más que su naturaleza timorata y se levantó de la banca con la intención de acercarse, de pronto la voz de Eduardo logró despercudirlo de aquel alelamiento. Ambos jóvenes se saludaron y enfilaron rumbo al colegio. Pedro volvió la mirada como deseando volver a perderse en la oscuridad de sus ojos, pero ella había desaparecido.

Mientras caminaban hacia el colegio Pedro no paró de hablar sobre las características tan particulares de aquella niña que lo había maravillado. A su vez Eduardo le mencionó que también el la había visto un par de veces, e igualmente tuvo la oportunidad de contemplar la insólita belleza de esa joven misteriosa, experimentando un cúmulo de sensaciones similares a las vividas por Pedro.

Días más tarde, ambos amigos volvieron a toparse con ella. Estaba sentada en el mismo banco del parque donde Pedro la vio por vez primera. Los muchachos luego de reunir el valor necesario e intentando despojarse de su timidez se acercaron hasta ella.
Su nombre era Rosa y al poco rato de charlar tanto Pedro como Eduardo se sintieron absolutamente prendados de su voz melodiosa, de sus ojos de ensueño y de sus maneras sutiles.

Sin embargo había algo de aterrador en aquella hermosa niña. A pesar de su belleza excepcional y su natural encanto, algo muy lúgubre parecía querer abrirse paso desde lo más profundo de su ser. Existía algo inquietante en ese halo de misterio que la rodeaba. Así lo percibían ambos muchachos que pese a ello, comenzaron a engendrar una soterrada rivalidad por conquistar el corazón de Rosa. Tal antagonismo terminó por transformarse en un profundo odio, como si se tratase de dos enemigos irreconciliables.

Cada cita que lograba concretar alguno de los muchachos con la joven era considerada una gran victoria y cada uno de ellos en su fuero interno creía llevar la ventaja por sobre el otro.

En una noche, tan oscura como fría y solitaria, Eduardo y Rosa se dieron cita en el parque. Sin embargo todos los esfuerzos de Eduardo por enamorar a la chica fueron fútiles. La joven se mostraba fría y distante, como si su presencia fuera únicamente en forma física y su alma vagara muy lejos, a través de rumbos desconocidos e inexplicables.

- Si verdaderamente quieres conquistar mi corazón deberás obsequiarme la rosa negra que sostiene en una de sus manos el ángel decapitado del cementerio- Dijo de pronto en un susurro suave pero firme.

Eduardo sintióse desconcertado ante tamaña petición, incluso pensó por un momento que la niña bromeaba, pero al contemplar su mirada supo de inmediato que aquello no se trataba en absoluto de ninguna clase de broma.

Luego de pensarlo por unos segundos, finalmente decidió complacer a la joven en aquel extravagante capricho y armándose de valor encaminó sus pasos en dirección al cementerio. La joven le esperaría en ese mismo lugar.

Una leve llovizna se dejaba caer intermitente a través de la espesa niebla nocturna, mientras el muchacho caminaba, atemorizado y con los huesos entumecidos a través de las lóbregas y estrechas callejuelas de la ciudad, hasta llegar ante las puertas de la vieja necrópolis custodiada por siniestras gárgolas de piedra gris. Lamentándose por no haber llevado una linterna se adentró en aquel mar de penumbras y luego de andar unos metros con paso inseguro, a tientas logró encontrar una vela posada sobre una antigua lápida y continuó internándose por los recovecos húmedos y oscuros del extenso camposanto. Nunca antes Eduardo había experimentado tanto terror como esa noche. Sentiase observado, le parecía oír rumores de pasos a sus espaldas, como si alguien le siguiera discretamente y espiara sus movimientos a cierta distancia. O tal vez eran sus nervios los que le estaban jugando una muy mala pasada.

Al cabo de varias horas de caminata desesperada, logró dar con a la estatua del ángel decapitado. La decrepita figura se hallaba sobre una tumba y sostenía en una de sus manos la rosa, una fina capa de rocío cubría sus negros pétalos. Eduardo tomó la extraña rosa entre sus manos temblorosas y la contempló con una sensación de triunfo.

De pronto el joven cayó al suelo, con el dolor reflejado en su rostro y percibiendo como la vida se le escapaba. Una daga asesina clavada hasta la empuñadura en su espalda acababa con su existencia, mientras una mano enguantada le arrebataba la negra rosa. Aquella mano era la de Pedro, su semblante presentaba el aspecto perturbado de quienes han perdido la razón. Pronto las primeras luces del alba comenzarían a asomarse por lo que se dio a la tarea de ocultar entre unos matorrales cercanos, el cadáver del que otrora fuera su mejor amigo. De pronto una vieja fotografía situada sobre aquella tumba llamó tan poderosamente su atención, que se vio obligado a dejar inconclusa la macabra faena. Se acercó hasta la lápida y cogió el retrato sin dar crédito a lo que observaba. En aquel daguerrotipo, ajado y algo enlodado, podía observarse a Rosa sonriendo enigmáticamente. La mirada de Pedro se dirigió luego hasta la tumba y como un enajenado comenzó a despejarla de las hojas secas y telarañas que la cubrían para observar con horror la inscripción que señalaba que aquella tumba era nada más y nada menos que la de Rosa. La chica había muerto hace ya mucho tiempo a la edad de diecinueve años.
FIN
C.B.G.

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lunes, diciembre 18, 2006

H.P. LOVECRAFT

Howard Phillips Lovecraft nació en Providence, capital de Rhode Island,
20 de Agosto de 1890. Su padre, con el que apenas convivió, murió
cuando sólo tenía ocho años y su madre, tildada por muchos autores de
posesiva y neurótica, le inculcó una educación británica de carácter
aristocrático. La excesiva protección con la que el joven Lovecraft fue
criado le llevó a padecer una precoz soledad y represión que sólo se veían
aliviadas cuando representaba escenas imaginarias o históricas. Así, no es de extrañar su gusto por la lectura, afición que practicaba a menudo
gracias a la magnífica biblioteca que había atesorado su abuelo materno.

Ya desde su infancia, Lovecraft odió el mar. El origen de dicha aversión no está muy clara, si bien Donald Wandrei, en su obra Lovecraft in Providence, afirma que de pequeño sufrió una intoxicación por comer pescado en malas condiciones. A pesar de la cohorte de divinidades y cultos que desfilan a través del grueso de su obra y de la conocida religiosidad de sus padres, Lovecraft siempre se manifestó ateo. Mientras que la mitología cristiana le resultaba estéril, su desbordante imaginación le empujaba a mundos más cercanos al de los cuentos de hadas y, en especial, a las Mil y una noches. A los seis años se entusiasmó con el paganismo grecolatino, lo que en un acto ciertamente sorprendente para un niño de su edad, le llevó a alzar como juego altares a Atenea, Apolo o Pan. Tras un tiempo en el que vivió influenciado por las novelas policiacas -de hecho, fundó con trece años la “Agencia de detectives de Providence”- volvió a leer cuentos fantásticos y, esta vez, a escribirlos.

El primer relato que escribió fue La Bestia de la cueva, una imitación de los cuentos de horror gótico. Tenía quince años y, a pesar del racionalismo y la lógica que regían su vida, le gustaba imitar a los escritores del siglo XVIII. Lovecraft, convencido de que “el conflicto era la única realidad ineludible de la vida”, escéptico, encerrado en el pesimismo de su soledad, consideraba que “el pensamiento humano era el espectáculo más divertido y más desalentador de la Tierra”. Sólo los sueños, que le proporcionaban un enorme placer estético, le ayudaban a escapar de su amargura y de su vida de represión y penuria económica. Tras abandonar su estilo dieciochesco, Lord Dunsany tomó el relevo como su autor favorito. Su estilo, de un lirismo sobrecogedor, sería una influencia que nunca abandonaría a Lovecraft. En 1917, cuando tenía veintisiete años, publicó su primer relato fantástico: Dagon, en la revista Weird Tales.

La muerte de su madre y la desaparición de la fortuna familiar en 1921 precipitaron su intención de ganarse la vida escribiendo. El trabajo hizo que comenzara a relacionarse con numerosos lectores y escritores noveles. Así fue creándose lentamente lo que más tarde se denominaría “Círculo de Lovecraft” y que contaría con autores como Frank Belknap Long, August Derleth, Robert Howard, Robert Bloch o Clark Ashton Smith, entre otros. Los que conocieron personalmente al de Providence le describieron como alguien muy distinto del personaje que aparecía reflejado en sus cartas. Así, le presentan como entusiasta y generoso, creativo y un prodigio de inteligencia. Sin embargo, también es bien conocida su faceta racista y degenerada. Este hombre, contradictorio hasta lo imposible, que sentía verdadero amor por los gatos y odiaba con igual intensidad a los inmigrantes, se encontraba aterrado ante la sociedad pragmática de un país que apenas consideró suyo, ya que “él siempre sería británico”. De esta época inicial se remontan las primeras narraciones sobre los Mitos de Cthulhu, un prodigio de creatividad donde a la larga colaborarían todos sus amigos escritores.

En 1924, el autor que prefería la noche al día y los paseos solitarios se casó con Sonia Greene, empleada en la United Amateur Press Association, diez años mayor que él. Dos años después, el matrimonio se rompió. Lovecraft afirmó que su causa estuvo en las grandes divergencias que ambos tenían, además de las dificultades económicas, aunque, sin embargo, también se rumoreaba que sentía horror a las relaciones sexuales. Tras esta fugaz estancia en Brooklin, Lovecraft regresó a Providence y se dedicó a investigar la historia de Nueva Inglaterra y, de nuevo, a escribir. Sintiéndose definitivamente fracasado ante el mundo, se hundió en su antiguo retraimiento. Durante los años treinta, se convirtió en un neurótico admirador de los incipientes fascismos europeos, a pesar de que era contrario a todo tipo de violencia y dictadura. Centrado en su actividad literaria, nunca tuvo contactos con asociaciones pro-nazis norteamericanas ni adoptó posturas políticas. En 1937, cuando contaba con cuarenta y siete años, murió de un extraño caso de cáncer intestinal en el Jane Brown Memorial Hospital de Providence.

Tras su muerte, sus amigos –especialmente Wandrei y Derleth– se dedicaron a recopilar sus cuentos inéditos y dispersos y a publicarlos. Así, crearon una editorial, la Arkham House, cuyo nombre está tomado de la ciudad imaginaria donde Lovecraft ambientó buena parte de sus relatos. La editorial alcanzó un gran éxito, lo que popularizó la obra lovecraftiana. La leyenda del “Maestro de Providence” adquirió proporciones desmesuradas y sus cada vez más numerosos lectores le hicieron sabedor de conocimientos ocultos, adorador de sus propios mitos, creador de una religión cargada de profetas, dogmas y libros canónicos en los que nunca creyó.




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domingo, diciembre 17, 2006

OUIJA VIOLENTA

A esa hora de la tarde la mayor parte de los estudiantes se encontraba en clases, a excepción de Sebastián yo y uno que otro alumno. Nos hallábamos en la amplia biblioteca del Instituto Católico en el cual llevábamos a cabo nuestros estudios. Repasábamos nuestras lecciones, ya que al otro día debíamos rendir un importante examen.
Al cabo de unas horas los estudiantes comenzaron paulatinamente a hacer abandono del salón, ya era tarde y la encargada había terminado su jornada, por lo que me confió las llaves de la biblioteca, puesto que yo también cumplía funciones como bibliotecario durante los extensos ratos libres que tenía entre una clase y otra. Sebastián y yo decidimos hacer un alto en nuestras labores para salir a beber un café fumar un cigarrillo y estirar un poco las piernas.

El otoñal atardecer ya comenzaba a tornarse en noche por lo que la totalidad de los estudiantes ya había hecho abandono del arcaico edificio el cual albergaba una que otra alma en pena según se comentaba entre el alumnado. Los fenómenos paranormales era uno de los temas predilectos de Sebastián quien aseguraba poseer dotes de médium. Al volver a la biblioteca continuamos conversando sobre aquel tema.

-¿Has oído hablar sobre la Ouija?- preguntó Sebastián - Algo he escuchado al respecto- le dije. – Por lo que tengo entendido se trata de un tablero que lleva grabadas palabras, números y a través del cual se mantendría contacto con espíritus. Mientras le daba esta explicación Sebastián sacaba de su negro bolso una antigua tabla Ouija. – Esta tabla llevaba años en el sótano de mi casa hasta que un día la encontré- explicó Sebastián, y tras largo rato intentando convencerme, no sin un poco de temor finalmente accedí a ser participe de una práctica espiritista.

Mi amigo buscó afanosamente dentro de su bolsillo y extrajo una moneda, la que fue colocada en medio del tablero, luego ambos posamos nuestros dedos índices sobre la moneda y Sebastián realizó el siguiente conjuro: Si hay algún espíritu presente que se manifieste a través de la tabla Ouija. ¿Hay algún espíritu presente? - Ante mi asombro la moneda comenzó a deslizarse lentamente a través del tablero, luego se movía con mayor velocidad a medida que Sebastián formulaba más y más preguntas.
¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Cómo moriste? La moneda se movía casi por su propia voluntad respondiendo a todas las preguntas y estaba fría, casi helada. En todo momento tuve la inquietante sensación de que alguien nos observaba y en efecto, al dirigir la vista hacia el ventanal alcancé a percatarme que alguien nos miraba y ese alguien al verse descubierto huyó, pero Sebastián se encontraba ensimismado, como poseído por aquel espíritu siguiendo el frenético ir y venir de la moneda que ni siquiera lo advirtió.
De pronto la moneda se poso en las siguientes letras formando esta frase:
M A T E N A L C U R A
Al leer esto se me erizaron los bellos de la nuca y un escalofrío me recorrió la espalda, pero mi espanto no pudo ser mayor cuando un pesado crucifijo que colgaba de uno de los muros cayó al suelo haciéndose pedazos. - ¡Sebastián detengamos esto por favor! – le supliqué. Le pedimos al espíritu que nos dejara en paz y nos permitiera abandonar la sesión, pero se negó, y al momento los libros salieron velozmente expulsados de sus estanterías, sillas y mesas volaron por los aires, las puertas se abrían y cerraban con gran violencia, las luces se encendían y apagaban y el pánico se apoderó de mi, sin embargo Sebastián reía, luego su risa se tornó a una diabólica carcajada. Me acerqué hasta el pero me propinó un empujón cuya sobrenatural fuerza fue de tal magnitud que me hizo volar varios metros por un pasillo hasta estrellarme contra un estante ubicado al fondo de este. Lo último que alcancé a ver antes de perder completamente el conocimiento fue al Padre Álvarez entrar en la biblioteca con la confusión y el espanto marcados en su rostro, lo acompañaba otro alumno, sin duda el que nos había observado anteriormente y el fue quien dio aviso al padre sobre la practica espiritista que estábamos llevando a cabo.

Cuando desperté me hallaba en la fría sala de un viejo hospital, un vendaje me cubría parte de la cabeza y un cabestrillo me sujetaba el brazo izquierdo. Una enfermera me comunicó que tenía visita. Era el padre Bobadilla, rector del instituto, se veía muy conmovido y lo que me contó me dejó atónito.
- Supongo que no tienes idea de lo que provocaron tu compañero y tú-
Por toda contestación guarde nervioso silencio.
- Bueno, lamentablemente el padre Álvarez ha muerto-
- ¿que?
- lo que oyes. Sucede que el actual recinto del Instituto Católico en los albores del año mil novecientos fue uno de los primeros hospitales psiquiátricos del país, en cuyas dependencias transcurría sus días internado un satanista acusado por el asesinato de un cura, este oscuro personaje se suicidó en un momento de descuido por parte de la vigilancia.
El espíritu que ustedes contactaron fue entonces el del satanista Jorge Sestercio, espíritu que se posesionó de Sebastián y le ordenó asesinar al padre Álvarez, estrangulándole, de la misma forma en que Sestercio asesinó a un sacerdote en antaño. Muchas veces rondó su presencia entre los pasillos del instituto, tal vez sólo esperaba que alguien le llamara, y desafortunadamente ustedes fueron los incautos que nunca pensaron que terribles consecuencias puede acarrear el realizar prácticas espiritistas como la Ouija.
Demás está decirte que tu matricula está cancelada y te encuentras expulsado del instituto, conoces la opinión de la iglesia con respecto a el espiritismo- Continuó el Padre Bobadilla
¿Y que ocurrirá con Sebastián? – Pregunté
Bueno, Lo más probable es que Sebastián no sea procesado por el crimen del Padre Álvarez por tratarse de un joven enajenado mental, por lo que ya se determinó su traslado a un Hospital Psiquiátrico.
FIN
C.B.G.

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