jueves, octubre 26, 2006

CUERNOS

Había comprado la pistola hace un buen tiempo, para la seguridad de mi casa, la de mi esposa y la mía. Ya han transcurrido casi dos horas desde que hice uso de ella por primera y quizá por última vez. Pero no me arrepiento, tú sabes, se lo tenía ganado y con creces, y por supuesto él también, aunque no le conocía. Ahora está muerto, eso es seguro.
José era el barman de la lúgubre cantina y escuchaba incrédulo el relato de Esteban, quien ya llevaba varias copas en el cuerpo.
- ¿Y ella? – preguntó mientras fregaba unos vasos.
Como dije anteriormente era la primera vez que utilizaba el arma, disparé primero sobre ella, no se donde le di, pero cayó al suelo con un rictus de dolor, mientras que a él le reventé la cabeza, los restos de masa encefálica salpicaron los albos muros de la habitación.
- ¿Cómo pasó eso? – preguntó José más alarmado por el cariz que tomaba el relato.
Iba por la carretera en dirección al trabajo, llevaba ya varios kilómetros de viaje cuando me percaté que dejé olvidados en casa unos importantes documentos. De mala gana salí de la autopista y enfilé en dirección a casa, al llegar veo estacionado en el porche un auto desconocido.
Esteban encendió un cigarro y pidió otro trago. José lo sirvió al momento.
Hace mucho tiempo que intuía algo y esa tarde al entrar en la habitación vi confirmadas todas mis sospechas. Estaban jodiendo, ¡y en mi propia cama!
Esteban acabó su vaso de un sólo trago.
Ni siquiera repararon en mi presencia,- continuó relatando - y me quede observándolos, sin dar crédito a lo que veía, hasta que terminaron de hacerlo. Recién ahí se dieron cuenta que les miraba. Ella cogió sus ropas súbitamente, él se quedó observándome petrificado.
¿Y que ocurrió entonces? – preguntó José-
Cogí los documentos que necesitaba, salí dando un portazo, me metí al auto y emprendí la marcha hacia mi trabajo a gran velocidad. Sentía rabia al recordar la escena. A poco andar decidí devolverme, esto no podía quedarse como estaba y en ese momento me acordé de la pistola, estaba guardada en el placard, junto a la ropa de cama. Descendí del auto, entré nuevamente a la habitación, ahora él la estaba besando, extraje el arma y sin decir palabra, les disparé. Luego arrastré los cuerpos, hasta el jardín trasero de la casa y enterré a ambos en una misma fosa. El cuerpo de el lo arrojé sobre el de ella.
José no creyó la historia hasta que Esteban le enseñó el arma homicida.
Esteban pidió un último trago. El cantinero había escuchado muchas historias en su vida detrás de la barra, pero ésta le inquietó de sobremanera. Al rato el hombre se largó del bar y José cogió el teléfono y realizó una llamada.

Cuando Esteban llegó a su casa lo esperaba la policía con una orden de allanamiento. Se dirigieron hasta el lugar preciso donde estaban enterrados los cuerpos y comenzaron a cavar. Esteban observó nerviosamente el procedimiento desde lejos. La suerte estaba echada, pero su mente se solazaba con la satisfacción de haberles dado muerte.

Sin embargo una vez que los policías dieron con los cuerpos y procedieron a extraerlos, se percataron de algo todavía más macabro…
Para sorpresa de todos, la mujer emitía un leve quejido, respiraba, ¡continuaba aún con vida!
FIN
C.B.G.

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